María Olga del Solar es Asistente Social titulada en la Pontificia Universidad Católica de Chile y Máster in Social Work por The Catholic University of America, Estados Unidos. Desde sus años de estudiante hasta convertirse en profesora y directora de la carrera a inicios de los años noventa, desarrolló una trayectoria que marcó profundamente la historia del Trabajo Social chileno y, en particular, la de la Escuela de Trabajo Social UC. Fue impulsora del Postítulo en Estudios de la Familia, donde también ejerció como docente, abriendo un campo formativo que consolidó la mirada familiar como eje de la intervención profesional.

Vida personal y primeros pasos

Creció en un hogar donde el servicio público y la educación eran valores centrales: su padre, médico de salud pública, y su madre, promotora del estudio, le transmitieron el respeto a la diversidad, la autonomía y la responsabilidad social. Tras titularse en 1966 y casarse en 1967, se trasladó a Antofagasta, donde trabajó en el Departamento de Acción Social de la Universidad del Norte. Más tarde regresó a la zona central, vinculándose a la Reforma Agraria a través de una práctica profesional en Rengo con INDAP, donde junto a María Jesús Egaña impulsó los primeros centros de madres campesinos en un contexto de fuerte tensión social. Estas experiencias marcaron su compromiso con la promoción popular y la organización comunitaria.

En 1968 ingresó como docente a la Escuela de Trabajo Social UC, en el marco de la creación de un equipo orientado al trabajo comunitario, en sintonía con las políticas estatales de Promoción Popular. Allí innovó en la docencia mediante talleres grupales, priorizando el acompañamiento cercano y la autonomía estudiantil. Su pedagogía se caracterizó por una relación horizontal con los alumnos, preocupada de sus trayectorias personales y profesionales, y convencida de que el Trabajo Social debía ser una profesión transformadora, con impacto social y ético.

A lo largo de más de tres décadas, María Olga del Solar desplegó una carrera académica marcada por la convicción de que el Trabajo Social debía ser siempre una profesión en diálogo con su tiempo, crítica de la realidad y profundamente comprometida con las personas y las familias. Desde sus primeras publicaciones se observa una preocupación por pensar la disciplina desde dentro, cuestionando sus fundamentos, ampliando sus horizontes y proponiendo nuevas formas de comprender la práctica.

Muy temprano, en Orientaciones para la acción del Trabajo Social (1970, junto a Nidia Aylwin y María Eugenia Poblete), participó en uno de los textos más influyentes de la reconceptualización en Chile. Allí contribuyó a instalar la idea de que el Trabajo Social no podía limitarse a una práctica asistencial o tecnocrática, sino que debía asumir una conciencia crítica, vinculada a los procesos sociales, políticos y culturales en curso, con un claro horizonte de transformación. Esta impronta crítica acompañaría toda su producción posterior.

Con el tiempo, su interés se volcó con fuerza hacia la familia como núcleo de intervención profesional. No la entendió como un espacio cerrado ni como un simple receptor de políticas sociales, sino como un sistema complejo y dinámico, capaz de desplegar recursos y fortalezas si se lo abordaba con respeto y con una mirada integradora. En artículos como La familia: reenfocando nuestro actuar profesional o Familia de origen y elección de pareja, María Olga propuso comprender la vida familiar desde una perspectiva sistémica y transgeneracional, reconociendo la influencia de la historia, los mandatos y las lealtades en las decisiones vitales de las personas. Desde allí defendió la necesidad de que el Trabajo Social se enfocara no solo en resolver problemas inmediatos, sino en acompañar procesos de desarrollo, prevención y fortalecimiento de los vínculos familiares.

En paralelo, abrió camino en la introducción de la mediación como herramienta profesional. Para ella, mediar no era simplemente facilitar acuerdos, sino un modo de ejercicio ético del Trabajo Social: escuchar, reconocer los intereses de todos los involucrados y favorecer soluciones construidas colectivamente. En textos como ¿Por qué mediamos los trabajadores sociales? y Mediación y algunas implicancias para el Trabajo Social con familia, sostuvo que la mediación permitía a los profesionales situarse como facilitadores imparciales, capaces de crear espacios de diálogo y de reparación, especialmente en momentos de crisis familiar. La mediación, en su perspectiva, encarnaba el respeto a la dignidad y la autonomía de las personas, valores que ella cultivó en toda su trayectoria. Además, su libro Trabajo Social Familiar (en coautoría con Nidia Aylwin), se convirtió en un clásico de la enseñanza universitaria, ampliamente utilizado en cátedras de familia, con herramientas prácticas como la Guía de Evaluación Familiar y el instructivo de genogramas.

El pensamiento de María Olga del Solar puede entenderse como un tejido donde se entrecruzan varias hebras: la crítica social de la reconceptualización, la valoración de la familia como espacio vital y la mediación como método ético de resolución de conflictos

Con humildad y claridad, María Olga señalaba que “los Solar somos malos para escribir”. Sin embargo, su trayectoria desmiente esa afirmación: publicó, investigó y escribió sobre el rol de las familias, las políticas públicas y la sociedad, dejando un legado intelectual y práctico que sigue siendo referencia obligada. Su vida encarna la autonomía, el respeto por la diversidad, la innovación pedagógica y el compromiso ético, valores que transmitió a generaciones de estudiantes y profesionales.

En síntesis, María Olga del Solar es una de las figuras más significativas del Trabajo Social chileno, pionera en el estudio de la familia y la mediación, y una docente que cultivó tanto el pensamiento crítico como el vínculo cercano con sus alumnos. Su influencia perdura como inspiración para quienes entienden el Trabajo Social como una profesión transformadora, al servicio de la justicia y el bienestar social.